Monday, September 12, 2005

Ahora que tenía tiempo, tanto tiempo para leer, no podía ni tocar un libro.
Aquella casa. Aquella casa me había odiado siempre, como yo la había odiado a ella. Había entendido de inmediato, aquel día de lluvia que la vi junto al untuoso agente inmobiliario y mi padre, que era una casa embrujada. El apartamento estaba en condiciones horribles, pero mi padre dijo que era bonito y que estaría perfecto con unas pocas reformas. Dos días después firmé el contrato. En posesión de las llaves, olvidé mi mala impresión inicial y, contento, fuí a verla de nuevo en compañía de mi amigo Aldo. Recordaba perfectamente la calle y el número: 3. Pero el portal del número 3 me parecía más gastado, y la llave no entraba. Fui presa del pánico, mientras Aldo reía y me decía que probablemente me había equivocado de número. No era posible. Sospeché que se tratase de un timo, y quería telefonear inmediatamente a la agencia. Probablemente me respondería, como en los relatos de misterio, una perpleja voz de mujer:
- ¿Agencia inmobiliaria? No entiendo. Esto es, desde hace veinte años, una floristería...
El bar, en la misma calle, estaba demasiado lejos y tenía miedo de que fuese frecuentado por gamberros. Entré en la droguería vecina al número 3 y pregunté al propietario si me permitía telefonear. Me miró con extrañeza, pero consintió. Nadie respondía en el número de la agencia. Me di ánimos, dado que no tenía nada que perder, y le dije al de la droguería:
- Perdone, he comprado un apartamento en el número 3 de esta calle y tengo aquí las llaves, pero ninguna abre el portal.
- El portal del número 3 está cerrado - respondió -, no hay nada allí - y yo me sentí desvanecer.
- No es posible, yo he entrado, he visto el apartamento...
- El 3 está cerrado. Siempre ha estado cerrado - repitió.
Aldo me miraba sonriendo.
El de la droguería añadió:
- Habrá sido en el número 5.
- No. El 3, estoy seguro.
- El 3 está cerrado. Pruebe en el 5, a ver qué pasa.
Salimos de la droguería, después de haber dado las gracias, y yo vivía una pesadilla. Aldo le quitaba dramatismo a la cosa:
- Está claro que te has equivocado. Prueba en el 5, venga...
- Pero no, Aldo, ¡te digo que era el 3!
- Bueno, llama a la agencia cuando haya alguien y que te expliquen. Ahora prueba en el 5.
Alucinado, sin la mínima esperanza de salir de aquel enigma, probé las llaves en el portal del número 5.
- No, ¿ves? No entran... no...
La última llave entró. Nos encontramos en el portal que había visto pocos días atrás.
- ¿Has visto? - dijo Aldo -. Mira que eres cretino.
Subimos las escaleras. En una de las plantas había un hombre corpulento que aporreaba una puerta con los puños, gruñendo.
- El vecino malvado - murmuró Aldo.
Nos cruzamos después en las escaleras con una vieja muy vieja que no se dignó ni a mirar a Aldo y sin embargo se fijó en mí por un instante con maldad.
Nunca he conseguido, a pesar de todos los esfuerzos, abrir los ojos bajo el agua.