Sunday, September 11, 2005

Me fui a la cama, una vez, con una muchacha a la que amaba sin ser correspondido. Aunque la cosa me pareciese increíble, ella sentía por mí únicamente atracción física. Tras el acto sexual le acaricié la cara y un pedazo de carne se le desprendió de la mejilla y se me quedó en la mano. No sangraba, parecía un trozo de hamburguesa. Dije:
- Pero...
Ella sonrió, cogió su pedazo de mejilla y se lo puso de nuevo en su sitio, sin conseguir ajustarlo con precisión, de forma que parecía herida.
- Tendré que retocarme el maquillaje - dijo.
- Pero... pero qué... - balbucí yo.
Ella mi miró con ternura y me acarició a su vez.
- Oh... - dijo -. ¿Ha sido la primera vez? ¿No sabías que somos retornantes, muertos vivientes? Yo morí en 1935, cuando tenía veinte años. Lo quise yo, para ser siempre joven. Otras no tuvieron el valor y lo pospusieron hasta que se encontraron viejas y arrugadas. Aun así, incluso ellas están muertas, nacieron así del vientre de su madre.
La miraba con los ojos como platos. Posaba mi mirada a ratos en sus ojos, a ratos en sus senos.
- ¿Es posible que tu mamá nunca te haya dicho nada? - siguió riendo, no por burlarse de mí, sino porque mi ingenuidad le agradaba.
- Es de la muerte que nace la vida. Por eso pueden crecer niños en el vientre de las mujeres. Pequeñín... no pongas esa cara... No es culpa tuya que no sepas certas cosas. Has estado muy bien a pesar de todo...
Me besó. Volvió junto a mí y comenzó a tocarme de nuevo.
- No te pongas triste, te lo ruego, no te pongas triste. Yo te quiero, ya lo sabes...
Cogió mi brazo izquierdo y se lo pasó alrededor de la espalda, para que yo la abrazase. Mi brazo derecho estaba bajo su cuerpo y un fastidioso hormigueo empezaba a recorrerlo. Cuando me susurró
- Hagámoslo de nuevo
consentí, en realidad para liberar el brazo derecho y restablecer la correcta circulación de la sangre.
A pesar del horror que me colmaba el cerebro la amé con más pasión que antes, quizá justamente por ese horror.
Se durmió abrazada a mí, mientras llovía fuera. Si hay algo que detesto es dormir con algo o alguien abrazado encima. Fingí dormir también yo. Imité la respiración del sueño profundo y esperé la suya. Cuando llegó, me separé simulando un movimiento inconsciente, de forma que no se ofendiese. No se ofendió, y sin dejar de dormir se giró hacia el otro lado. Cogí el sueño una hora más tarde (eran ya las tres de la madrugada) pensando en los problemas que encontraría al despertar: tenía que ir a la oficina a las nueve, y ya preveía un día con los ojos ardiendo y la mente confusa, en tanto ella no tenía trabajo. No aceptaría, ya lo sabía, continuar durmiendo y pasar después por la oficina a darme las llaves de casa (se lo propondría, pero sin mucha convicción, por lo demás: ¿y si se dejaba abierto el gas después de prepararse un té?). Se levantaría a disgusto, decidiendo con los ojos todavía cerrados que nunca más se quedaría a dormir en mi casa. En cualquier caso, era esencial que yo fuese al servicio antes.
Llegaba, rápidamente, otra noche. Me fui a casa.