Monday, September 19, 2005

Muchos meses después, cuando mis necesidades fisiológicas regresaron a la normalidad y ya no pensaba casi en aquella muchacha, sonó el teléfono y fui a responder. Del otro lado colgaron. Podían ser ladrones o gamberros controlando si estaba en casa, y me quedé preocupado. Pero poco después pensé que quizá fuera ella, aunque sabía que no era así. Cogí un papel y escribí: "Quienquiera que seas, gracias".
Al día siguiente compré un semanal en el que aparecía el siguiente artículo: "Un embarazo regular, un parto fácil y un precioso niño de tres kilos y medio. Los ginecólogos del hospital de Boston no habían visto muchas maternidades tan bien conseguidas. Después, de improviso, el descubrimiento. En la parte trasera del recién nacido, a la altura del coxis, un centímetro y medio a la derecha de la columna vertebral, despuntaba una extraña excrecencia carnosa: un apéndice de más de cinco centímetros de largo, de consistencia fibrosa y recubierto de tejido epidérmico normal. En resumen, una cola. En menos de una semana la noticia de que en Boston había nacido un niño con cola ha dado la vuelta al mundo, conquistando a menudo la primera plana de los periódicos, causando estupor y repulsión por doquier. Pero la reacción, han comentado los científicos, ha sido desproporcionada. Malformaciones de este tipo, aunque raras, se han estudiado muchas. Y ni siquiera son graves: al niño de Boston le quitaron la cola al día siguiente con una pequeña operación quirúrgica sin la menor consecuencia".
Pero sí había una consecuencia. Cuando el niño se hiciese mayor se enteraría de que había nacido con cola, y probablemente denunciaría al hospital de Boston por habérsela quitado.
A mi amigo Marco, medico e investigador científico para una compañía farmacéutica, le enseñé las fotos de algunos monstruos. Él dijo:
- Son imágenes de hace muchos años. Hoy los mataríamos.
- ¿Quieres decir que los mataríais cuando nacieran? - pregunté yo.
- No - dijo -. Les impediríamos nacer.