Tuesday, September 13, 2005

Sábado 19 de junio de 1982

Gané el Nobel de física en 1977, a la edad de veinticuatro años, y el de literatura en el 79, con veintiséis.
Cuando volví de Estocolmo la primera vez salí de la estación de la pequeña ciudad de provincias en la que todavía vivía con mis padres. Me sentía, naturalmente, muy alegre, y no cogí un taxi, prefieriendo ir a pie. Por la calle había mucha gente que se reía de mí.
Penetré en la oscuridad, enfurecido.
(Pausa)
Nos movíamos en la oscuridad absoluta.
- ¿Me oyes?
- Oigo tu voz, pero no te oigo a tí. Una respuesta más simple habría sido: sí, te oigo.
Eso era lo bueno, la oscuridad éramos nosotros.
Cuando entramos en la casa y ella apretó el interruptor, la luz como siempre pareció llegar de un lugar muy lejano. La oscuridad densa ralentizaba su velocidad, asesinaba a Einstein. La bombilla desnuda que pendía del techo en mitad de la habitación era una estrella lejana, Casiopea.
La oscuridad densa opuso resistencia, pero sus últimas hebras salieron por la ventana diez minutos después. De haber tenido una bombilla de cien watios en lugar de cuarenta nos habría llevado mucho menos, entre tres y cuatro minutos. Mi recuerdo de aquella noche, mi recuerdo confuso, tiene cuarenta watios: se va lento, pero se va.